Con un sencillo silogismo deducimos que la verdad es
sencilla y directa, mientras que la mentira es elaborada. Cuanto más lo sea, más
posibilidades de percibir su falsa esencia. Sin embargo se puede construir una
arquitectura de la mentira a tal punto de engañar hasta al último de los seres
humanos.
El arte se basa en la mentira, por lo que, cuanto más desarrollada
una creación, más falsa resulta. A las personas nos gusta admirar las mentiras
bien hechas. Eso me lleva a recordar que el mundo está lleno de ideas
plasmadas, de pensamientos físicos que constituyen el día a día. El arte y
creación son sinónimos, y si todo está impregnado de construcciones y
deducciones significa que vivimos en una mentira a medida, bien elaborada en nuestro
beneficio.
Quiero perderme a conciencia en lo que vendrá, en la mentira
elaborada definitiva. Si las obras maestras nos dejan embelesados, ¿no lo hará
acaso el mundo perfecto? En pos de negar la dolorosa realidad se está creando
átomo a átomo un mundo artificial que admiramos y que llega a correspondernos.
El proceso cada vez es más acelerado, y el don de la mentira o el arte están al
alcance de todos. Cada uno construye su propio embelesamiento y la suma supone
un mundo nuevo que no para de serlo porque se renueva en cada generación
cultural y/o tecnológica, las cuales surgen a su vez cada vez más rápido debido
a que brotan unas dentro de otras, y en ocasiones por leves cambios o
diferencias.
Si la verdad es lo básico, lo puro, significa que los
primeros hombres fueron seres que vivieron la verdad, lo que tanto buscan las
personas actuales. Fue entonces que surgió el primer mentiroso ─el primer
artista─ y las consecuencias que provocó y creó fueron tan sorprendentes, tan hipnóticas
para mentes en plena evolución, que el ser humano tuvo la necesidad de aprender
a mentir. Mentir podía modificar el mundo, ese lugar tan inmenso que no se deja
cambiar. Mentir permitía decir que un cúmulo de piedras era otra cosa hasta el
punto en que todos así lo tenían que creer, y contradecir la idea suponía un
error. Mentir supuso algo único, dejaba satisfecho al pecho y a la mente,
además de que era capaz de ir mejorando…
Siglos después las ciudades son testigo de ello. Son
creaciones plasmadas, evolución de una idea que contradecía a la realidad. Si
el mundo no ofrecía casas más allá de las cuevas, el humano se encargaría de
solucionarlo. Sólo se necesita una imaginación capaz de negar la realidad: si los
árboles crecen a su albedrío, les vetamos tal condición y les indicamos hasta
dónde pueden crecer; si la pólvora explota por reacción, inventaremos propósitos
que le den un sentido; la electricidad jamás se esperó que podía ser negada en
su naturaleza para lograr iluminar la noche, esa oscuridad absoluta que hoy día
ya nos es imposible recordar ni imaginar.
Las creaciones se van acumulando y para evitar el problema
de espacio acaban amoldándose entre ellas, colocándose una encima de la otra o expandiéndose
para devorar a las más pequeñas. El resultado es el mundo moderno, donde todos
tenemos algo que decir y que con una teoría de facilidad logramos con solo
proponerlo.
La pregunta es hasta dónde llegará ese asunto, cuál será el
límite si es que es posible que lo haya. De las pocas respuestas que puedo
deducir es la abstracción de la mente ante la maravilla que supone la mentira
definitiva. Es tan perfecta, con tan pocos resquicios viables… que nos tiene
atrapados, que no nos suelta con sus novedades paridas cada pocos minutos. Algunos
culpan a la dopamina de nuestros vicios modernos, pero quiero creer que es el orgullo
al trabajo de siglos el verdadero culpable. La dopamina sólo tendrá su
oportunidad las veces que observemos esas fotos del Universo en su estado más
puro, tan lleno de luces primigenias. Ese fuego de la existencia nos mesmeriza
en otro sentido que poco a poco vamos olvidando (¿negando?) debido al gran
trabajo que hemos conseguido. Enhorabuena, estamos viviendo la mentira más
feliz de todas.
La verdad duele porque no se deja dominar con facilidad.
Mejor una vida sencilla y emotiva a cada momento que un lugar que evoluciona tan
lento. Queda la esperanza sobre que esa misma existencia que dejamos atrás es
compasiva, y si algún día tuviéramos que reiniciar ella seguirá ahí para recibirnos.
Y con esas, vuelta a empezar.