jueves, 29 de octubre de 2015

Donde nos Dirigimos (La Obra Maestra)




Con un sencillo silogismo deducimos que la verdad es sencilla y directa, mientras que la mentira es elaborada. Cuanto más lo sea, más posibilidades de percibir su falsa esencia. Sin embargo se puede construir una arquitectura de la mentira a tal punto de engañar hasta al último de los seres humanos.

El arte se basa en la mentira, por lo que, cuanto más desarrollada una creación, más falsa resulta. A las personas nos gusta admirar las mentiras bien hechas. Eso me lleva a recordar que el mundo está lleno de ideas plasmadas, de pensamientos físicos que constituyen el día a día. El arte y creación son sinónimos, y si todo está impregnado de construcciones y deducciones significa que vivimos en una mentira a medida, bien elaborada en nuestro beneficio.

Quiero perderme a conciencia en lo que vendrá, en la mentira elaborada definitiva. Si las obras maestras nos dejan embelesados, ¿no lo hará acaso el mundo perfecto? En pos de negar la dolorosa realidad se está creando átomo a átomo un mundo artificial que admiramos y que llega a correspondernos. El proceso cada vez es más acelerado, y el don de la mentira o el arte están al alcance de todos. Cada uno construye su propio embelesamiento y la suma supone un mundo nuevo que no para de serlo porque se renueva en cada generación cultural y/o tecnológica, las cuales surgen a su vez cada vez más rápido debido a que brotan unas dentro de otras, y en ocasiones por leves cambios o diferencias.

Si la verdad es lo básico, lo puro, significa que los primeros hombres fueron seres que vivieron la verdad, lo que tanto buscan las personas actuales. Fue entonces que surgió el primer mentiroso ─el primer artista─ y las consecuencias que provocó y creó fueron tan sorprendentes, tan hipnóticas para mentes en plena evolución, que el ser humano tuvo la necesidad de aprender a mentir. Mentir podía modificar el mundo, ese lugar tan inmenso que no se deja cambiar. Mentir permitía decir que un cúmulo de piedras era otra cosa hasta el punto en que todos así lo tenían que creer, y contradecir la idea suponía un error. Mentir supuso algo único, dejaba satisfecho al pecho y a la mente, además de que era capaz de ir mejorando…

Siglos después las ciudades son testigo de ello. Son creaciones plasmadas, evolución de una idea que contradecía a la realidad. Si el mundo no ofrecía casas más allá de las cuevas, el humano se encargaría de solucionarlo. Sólo se necesita una imaginación capaz de negar la realidad: si los árboles crecen a su albedrío, les vetamos tal condición y les indicamos hasta dónde pueden crecer; si la pólvora explota por reacción, inventaremos propósitos que le den un sentido; la electricidad jamás se esperó que podía ser negada en su naturaleza para lograr iluminar la noche, esa oscuridad absoluta que hoy día ya nos es imposible recordar ni imaginar.
Las creaciones se van acumulando y para evitar el problema de espacio acaban amoldándose entre ellas, colocándose una encima de la otra o expandiéndose para devorar a las más pequeñas. El resultado es el mundo moderno, donde todos tenemos algo que decir y que con una teoría de facilidad logramos con solo proponerlo.

La pregunta es hasta dónde llegará ese asunto, cuál será el límite si es que es posible que lo haya. De las pocas respuestas que puedo deducir es la abstracción de la mente ante la maravilla que supone la mentira definitiva. Es tan perfecta, con tan pocos resquicios viables… que nos tiene atrapados, que no nos suelta con sus novedades paridas cada pocos minutos. Algunos culpan a la dopamina de nuestros vicios modernos, pero quiero creer que es el orgullo al trabajo de siglos el verdadero culpable. La dopamina sólo tendrá su oportunidad las veces que observemos esas fotos del Universo en su estado más puro, tan lleno de luces primigenias. Ese fuego de la existencia nos mesmeriza en otro sentido que poco a poco vamos olvidando (¿negando?) debido al gran trabajo que hemos conseguido. Enhorabuena, estamos viviendo la mentira más feliz de todas.

La verdad duele porque no se deja dominar con facilidad. Mejor una vida sencilla y emotiva a cada momento que un lugar que evoluciona tan lento. Queda la esperanza sobre que esa misma existencia que dejamos atrás es compasiva, y si algún día tuviéramos que reiniciar ella seguirá ahí para recibirnos. Y con esas, vuelta a empezar.

lunes, 19 de octubre de 2015

Mi Lolita


"Wait" de M83. Qué irónico como final.

Siempre me he preguntado sobre la última canción que escucháramos. Ya que una vida se va, imaginaba que el destino o su prima la ironía tendrían el detalle de preparar una gran sinfonía de despedida; por los malos ratos, y eso. Pero no. En su lugar me han dejado ese tema sonando por el fondo de otra habitación, junto a una luz tenue que no ubico y un goteo ansioso, que sin prisas cae insistente, en similar a la cadencia de la canción.

Aunque tampoco importa.

¿Verdad, luz de mi vida?

Te me apareciste bajo una lluvia de hojas a pesar de que quedamos en una cafetería. Estabas más esplendida en carne que en foto. Si tu retoque de Photoshop permitió brillos angelicales, ten por seguro que eran míseros fotones en comparación a la luz que irradias por naturaleza. Evocas un fuego de verano aun en otoño, de ese que quema las entrañas.

Te me presentaste con una foto mostrando el sujetador, con una cara entre el miedo y lo ingenuo. Mis palabras te animaron y me enviaste otra donde te tapabas los pechos, bellotas tímidas en madurar, valientes en curiosearme al asomar entre dedos de una siguiente foto. Sin decirlo accediste a la webcam. El resto fue olvidarnos de ropas. No lo sabes, pero menudo homenaje me di esa noche.

Te me visualizaste en sueños. Te imaginé tal cual eres, siempre lo juraré: el mismo pelo y color de aura. Esos labios que pensé conquistar. Apenas tardé en comenzar a buscarte. Casi hubo un apenas hasta hallarte.

Tesoros, mi alma. Me habían dicho que se hacen raros de hallar.

En mi imaginación el suelo de la cafetería se llenó de hojas y promesas. Pediste un café y yo una tónica. Pareció molestarte, y te pedí en silencio que no buscaras por diferencias nada más comenzar. Tú me pediste la cita, y yo te prometí una experiencia única, sin saber que fue previa trampa de mi médula trazando cada paso hasta convencerte. Mis entrañas ardieron.

Vi tu reflejo en el suelo de la cafetería, en las losas blancas y negras de la partida que jugamos. Llegó el café y lo intuí con un punto de leche: gota ínfima que re-define un mundo. El líquido estuvo a la par con tus ojos, lo comprobé conforme alzaste la taza y me miraste. Haces tantas cosas a la vez…

Notarías mis piernas inquietas, pero no por los presentes. Tú los mirabas, pero te juro que no les existíamos.

Sin embargo, apartabas la mirada y yo me centraba en tu cuerpo, tan menudo e inexperto en curvas definidas, delator de la torpeza que pensaba matar. Tus pechos parecen más grandes bajo la ropa… me descubriste a la tercera, donde la vencida, y una sonrisa se contagió en tu cara.

Mi memoria se impregnó de tu rostro, y pronto imaginé tu orgasmo, mi pecado.

No tardamos en ir a casa. Por lógica tenía que ser la mía, e insistías en buscar otro lugar. Qué poco sabías en ese momento al cerrar la puerta, aunque no tanto como yo. Cómo cambian las personas después de amarse la primera vez, y más si ya son previos confesores. Pero jamás se acaban los secretos, es imposible.
Recordé tu edad y eso me excitó. Lo notaste, y quise creer que tus pezones también, esos intentos de fruto que pensaba desarrollar con partes de mi cuerpo y del tuyo.

Te ofrecí una copa y no la rechazaste; te ofrecí bailar y no te apartaste. ¿Qué salió mal entonces? Ojalá pudiese culpar a la televisión, pero no la encendiste. Hubo música, vaya que sí, y después de bailar la segunda me confesaste que era tu primera copa. Eso ya me advirtió que iba a ser la noche de las primeras veces. Sonreí y el mal se ahuyentó. Acerqué mi cabeza a la tuya. Aspiré como si me fuera a morir. Deseé desintegrarte y esnifarte.

Tu olor. Mi alma. ¿Qué me dices de tu olor, pecado mío?

Desde que entramos en casa te estuve oliendo, y un castaño floreció en mi salón. Ahora me percato que en el vaso eché licor de crema, y que por inercia mi mano buscó por ser insolente con tu pelo de un color acorde al momento. El olor se intensificó conforme realizaba el gesto de acercar. Te apartaste: qué ingenua durante dos minutos. Otros tantos y ya bailábamos, y en otro reflejo de ese tiempo nos tocábamos. Un poco más y llegaría el fuego de los labios.

Terminaste la segunda y yo la primera, y mis dedos ya conocían tus mejillas. Me tocaste donde debías y mis pulgares reaccionaron definiendo tu frente; tus cejas; tus párpados; tu nariz… te agitaste… tus mejillas; la barbilla; el cuello, ¡oh, el cuello! Sentí un latido enaltecido; la barbilla; los labios… nos besamos. Una chispa saltó, lo juro, y mi lengua no se lo pensó en quemarse; siempre me creí ignífugo.

Me supiste a ginebra y cola, mi lengua sólo necesitó de tres viajes para reconocer tu sabor, tan subyacente como un alma… pero no lo hice así con tu olor.

¿Cómo he acabado así si logré encajar mi cuerpo con el tuyo? ¿Cómo? Si bailamos como poseídos…

Reconozco que me asustaste por el ritmo con el que me llevaste en un primer momento, agachando y alzando con precisión tus piernas. Si era el paraíso, ¿qué sería entonces sin la ropa? No hace falta que te diga la respuesta, mi fuego, entrañas ya deshechas.

Mi boca mordió tu labio inferior y dejé un rastro hasta tu barbilla, que mordí sin pensarlo. Eso te hizo gemir.

Juré que no era mentira.

Y de mientras, tu olor.

Pasaste la pierna por entre las mías y no contralaste tu fuerza al subir la rodilla. No me importó, me excitó. Apretaste más y entonces el que gemí fui yo.

Eso hizo que aspirara más tu olor, ese que creaba el árbol en medio del salón.

Te agarré los pechos y apreté. No te importó. Te agarré los lados de la cintura y abriste la boca sin emitir sonido. Me condenó. Te agarré los lados de la cara y agité mis caderas. Fuimos una obra digna de preparatoria, un eco proveniente del futuro, donde te esperaba en mi mente sin nada salvo el alma ardiendo.

Acaricié de nuevo tu cara. Nos estrellamos contra la pared. Me rodeaste la cintura con las piernas, ¿de verdad eres inexperta? Mis pulgares te re-descubrieron… mis ojos lo vieron, mis dedos tocaron lo que taponaba tu nariz…

El olor terminó de noquearme.

Después del silencio de la luz me veo en esta situación. Mi vida, no me parece romántico yacer en la bañera con ese sonido de goteo que no calla. Al menos está aminorando. Intento agitarme, pero ya apenas produzco olas.

Esa es la señal, ¿verdad?

Me miras desde lo alto. Confieso que eres una diosa, tan absorta por la escena. Espero que sólo seas así por lo que te estoy ofreciendo. ¿Ves? Te dije que vivirías una experiencia única. ¿Comprendes?

Espero que sí.

El cuchillo devuelve un brillo. Me parece hermoso,  y más si es empuñado por ti…

El goteo aminora. Cada vez siento menos prisa.

Las olas rojas hace tiempo que se detuvieron. Qué pena, qué maldita deidad cuando te hipnotizas por las ondas. Aun en la oscuridad de mi baño puedo imaginar tu rostro, esos reflejos en los ojos.

Qué nueva mirada, qué perfecta, te había imaginado en tres viajes por mi cuerpo. Lo idílico vuelve a morir sin haber nacido.

Dame un último deseo, te pido sin palabras. Mis ojos suplicantes no te importan, y eso me hace anhelarte aún más. Intento levantar mi brazo de venas abiertas pero el movimiento hace tiempo que se adelantó. ¿Hice mal en gastar mis últimas energías en recordar lo acontecido? No, para nada, ha resultado tan especial que no me lo hubiese perdonado.

Qué perfección desde el mismo instante de mirarte a los ojos de la foto; de escuchar los pasos en el suelo de la cafetería; de tocar tu piel que algún día dejará de ser suave… me quedan tu sabor y el… el…

Te miro. Es entonces que expreso una duda: ¿Soy el primero al que haces esto?

Reaccionas forzando una mueca, cada vez más exagerada. Tus dientes apretados resaltan junto a tu mano lanzándose para atravesar mi cuello con el cuchillo.

El gesto me llena de vida.

Antes de irme, visualizo en tu mirada una pregunta: ¿He sido la única?

Sonrío.

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites