sábado, 4 de noviembre de 2017

Si lo Piensas, Sucede



El altavoz digital iba alternando entre las canciones seleccionadas por uno y luego por otro. Uno y otro, ahí estaban sentados en el sofá de tres plazas, medida la distancia en medio, manejando con el Bluetooth de sus móviles la alternancia de melodías predilectas, seleccionadas por el ánimo del instante, la nostalgia momentánea o el puro azar de pulgar.
—En estos momentos alguien se está ahorcando —dijo uno.
El otro no dijo nada, sumido en pasar con el dedo la lista que se deslizaba hacia arriba en la pantalla de móvil. Se escuchaba la uña chocando. Medio minuto después dijo:
—¿De qué grupo es esa?
—¿Eh? Ah, no. No es una canción. Es algo que se me acaba de ocurrir.
De respuesta recibió un gemido a boca cerrada. Siguieron embelesados en sus respectivas pantallas. El otro seguía analizando su lista —ya iba por la P—, y el uno alternaba entre el navegador web y la lista de su reproductor. Tenía más claro qué canción poner a continuación, y así hizo. Un poco de Weezer.
—De Weezer nunca hay poco —dijo el uno—. Son demasiado grandes.
—Bue. Están sobrevalorados.
—¿Qué dices, tío?
Pero el ambiente no cambió. Siquiera se habían mirado. Pasaron minutos entre comentarios escuetos y casuales sobre el valor de según qué banda. Les quedaba el resto de la tarde y parte de la noche para evaluar decenas de canciones más, y eso atormentó y alegró los interiores por igual; la confrontación o dilema del joven que procrastina la vida.
—¿Y lo del colgado a qué venía?
Teclearon un rato los móviles. Gestos automatizados.
—¿Eh?
—Lo de que alguien se ha ahorcado. ¿Pasó hace poco? No me he enterado.
—Ah. No. Paranoias mías.
—Ajá.
El uno se levantó para dirigirse a la nevera que había en la esquina. La caseta no era grande, asunto que alcanzó a abrir en tres pasos. Buscó por un bote de cola. Cerró.
—Tráete uno, ¿no? —dijo el otro desde la morigeración del sofá.
Y así hizo uno. Regresó al mundo dentro del mundo. Vuelta al móvil.
—Qué me digas lo del ahorcado.
—Que sí, coño. Es la paranoia que me ha dado por pensar que, en estos momentos, alguien se está ahorcando.
—Dirás en el momento en que lo has dicho antes.
—Calla, gilipollas. Que la parra trata sobre que, millones de personas que existen, es pensar en una posibilidad que… —calló. Se concentró en un asunto invisible en el móvil—. Pues eso. Lo piensas, pues ha sucedido.
El otro siguió buscando por esa canción que le daría la victoria de la tarde.
—Pues eso —prosiguió el uno—, que ha sucedido o que está pasando en estos momentos.
—Entonces, si yo ahora pienso que alguien se está ahorcando. ¿Está pasando?
—Tanta gente que hay, pues puede ser. O como mínimo suicidándose. ¿Cómo te quedas?
—Estás flipao, pero me mola. Voy a probar.
—Ni que tuviésemos poderes —dijo y rio.
El cuadro que conformaba el sofá con ambos amigos regresó. Uno de ellos rompió —o mejoró— la armonía conforme abrió el bote con la mano libre. A los segundos el otro recordó y abrió el suyo, usando las dos manos tras dejar el móvil en la pierna. Dio un sonoro sorbo.
—Voy a probar, tú —dijo el otro—. Ahora mismo alguien se está ahogando.
—¿En la playa?
—En el mar. O en la bañera de su casa, qué sé yo.
—Eso es muy raro.
—¿Y tu ahorcado no?
—Es más fácil que ahogarse en tu puta bañera.
—Mi bañera es grande. Ahí se ahogan dos.
—No digo eso, atontado. Digo que ahorcarse sucede más. Al menos en algunos países, como Japón.
—Mientras hablabas se ha ahorcado otro.
—Pues puede ser, ¿que no? Incluso ahora acaba de pasar un accidente de coche en algún lugar del mundo.
—Hostia, tío, eso sí.
—Ya vas pillando.
—Pero porque el copiloto se la estaba chupando al conductor.
—Gilipollas —dijo riendo. Continuó unos segundos—. Joder, tío, y seguro eran dos tíos.
—Eso es más improbable —dijo acompañando la risa.
—No, no, si lo piensas es más probable —dijo y se enfocó hacia el rostro de su amigo. Éste le correspondió y mantuvo la mirada—. Los gais están más salidos, hacen más a menudo cosas de esas.
—Tío, qué homófobo.
—Qué va. Hacen quedadas entre árboles, en mitad del monte, para darse por culo.
—¡Tío!
—¿Qué? Si a mí me da igual. Lo fuerte es que se lo montan entre desconocidos.
—Anda.
—Que sí que sí. Son zonas específicas donde quedan según qué días. Mira por Google si quieres.
—¿Y qué pongo? ¿Sitios donde poder darse por culo tranquilo?
—Y en grupo. Pues ahora mismo está pasando.
—¿El qué?
—Joder, pues una panda de maricones haciendo el tren.
—Que no seas tan homófobo, que por ahí te malinterpretan y te joden.
—Mientras no me jodan de verdad, me da igual.
El otro negó con la cabeza y regresó a la pantalla. El uno se mantuvo pensativo, dio un trago y regresó al móvil. Pasaron unos minutos más. La música seguía sonando.
—Lo estás buscando —dijo el uno.
—Qué va. Estoy mirando probabilidades.
—¿El qué?
—Sobre lo que hablabas. ¿Sabes que mueren más por accidente que por ser pillados por un tiburón? Lo de las películas es todo exagerado.
—¿Y ahora te enteras?
—Oh, perdona, eminencia de tiburones.
—Decía lo de las películas —dijo y dio un sorbo—. Vamos, que te has convencido de mi rayada.
—Me ha molado. Ahora mismo pienso que uno o una puede estar rompiendo con la novia, o dándose el primer lote, o perdiendo la virginidad…
—¿Te das cuenta que sólo piensas en lo mismo?
—Déjame acabar, hostia. Que digo que ahora una persona puede estar, no sé, aprendiendo a nadar, viendo nacer a su hijo…
—Es normal, seguro que está pasando. Lo que mola es imaginar el lugar, que si país, el aspecto de las personas, cómo van vestidas —fue comentando.
—Ya ves. O puede que estén en estos momentos en el hospital viendo morir a un familiar…
—Eso ya no mola.
—Pero si tú te has cargado a un japonés ahorcándolo —exclamó.
—Ahora mismo se ha ahorcado otro.
—Da para pensar. Es eso, si lo piensas, está sucediendo. O acaba de suceder hace, no sé, ¿segundos? ¿Minutos? Si es posible ser pensado, es posible que haya sucedido. O que suceda.
—¿Has mirado lo de los lugares gais?
—Calla, coño. Se te va.
—Yo sí que lo miré. Hay uno no muy lejos de aquí.
—¿Qué?
—Y me acerqué por curiosidad. Habían tres allí, dándole que te pego.
—Te estás quedando conmigo.
—Y a uno lo conocemos. No te vas a creer quién es.
—¿Quién?
—Si te lo digo, tú verás. ¿Estás seguro?
—¿Quién, joer, quién?
Entonces el uno calló. Se mantuvo mirándolo, dando un par de tragos de mientras.
—¿Pero vas a decírmelo?
—Tu padre. Vi a tu padre.
Se quedaron callados. El otro frunció el ceño.
—Qué gilipollas.
—Te lo has tragado —comenzó a reír con fuerza. Continuó a pesar de los puñetazos del otro hacia su costado.
—Pedazo de subnormal.
—Eh —fue diciendo entrecortado—, no te metas con los subnormales, que luego te malinterpretan —terminó de decir para entonces reír con la misma fuerza que al inicio.
—¡Gilipollas, paso de ti!
El otro regresó a su móvil, apartándose hasta el extremo del sofá. La risa continuó. El uno estaba tumbado, escupiendo carcajadas hasta toser, con lo que expulsó la risa en imitación a un arma. La música no se apreciaba.
De forma gradual llegó el silencio. Se escuchaban los suspiros del uno tapando a trozos la canción que el otro había estado escogiendo una detrás de otra. Un suspiro final sucedió conforme el guasón se incorporaba en el asiento. Tenía la cara roja, permanente la sonrisilla.
—A lo mejor tu madre se está muriendo en estos momentos —dijo el otro.
—Eh, gilipollas, con eso no se bromea.
—¿Y con la muerte de otros sí?
—No es lo mismo. Yo no provoco que se suiciden o se mueran.
—A lo mejor el hecho de pensarlo ya lo provoca.
El uno se aguantó la risa. Se detuvo al notar el dolor en el abdomen.
—¿Qué dices, tío?
—Que tanta gente que hay pensando, a más de uno se le cumplirá lo que piensa. Lo raro es que suceda justo a su lado.
—¿Cómo?
—Que se cumplen sus pensamientos, pero en la otra punta del mundo.
—Tío —dijo y aguantó colocándose el puño en la boca—, no me hagas más risa, por favor te lo pido —Sus cejas se enaltecieron, cerrando los ojos y la boca como signo de resistencia hacia la diversión.
—O sea, tú dices la gilipollez de que alguien se está ahorcando en estos momentos, y lo mío, que se basa en lo mismo, es una gilipollez —Resopló, pulsando con más fuerza los pulgares en el móvil—. Que te den.
—Sólo si es por ti.
—¡Que no estoy para bromas, me cago en la puta!
El otro se enfocó y levantó la mano que sujetaba el móvil. Apretaba el puño y los dientes, su cara enrojecida.
—¡Tranquilízate, coño! —clamó el uno—. Vaya tela, no sé porqué te pones así.
—Te has reído de mí un buen rato, cabrón.
—Tú en mi lugar…
—Basta de tus falacias —dijo y bajó el brazo. Se centró en mirar al suelo. Resopló con más fuerza, asomando lágrimas.
—Falacias, vaya tela.
—Lo siento. Es que últimamente estoy tenso. Perdona, de verdad.
Sin embargo no se atrevía a mirarlo. El uno acercó la mano hasta el hombro del otro.
—Que no pasa nada, coño. ¿Pasa algo en casa?
—No. No es eso.
—¿Entonces qué es?
—Nada, en serio. No me hace gracia que se rían de mí de esa forma.
—¿Y tras tantos años ahora me entero? No me lo creo.
—Pues te lo crees. Al igual que me creo yo lo de que ahora alguien se está suicidando o recibiendo por el culo.
—O las dos al mismo tiempo.
—¡Tío!
—Venga, ríete. Que son coñas. Yo no deseo que nadie se muera o que se de por culo de verdad.
—Ey, darse por culo es tan respetable como practicar el sexo normal.
—¿Sexo normal? Tío, ¿quién es ahora el homófobo?
—Tu padre.
—Tranqui —alargó.
—Que lo decía en plan coña. Mira, que se mate quien quiera mientras no seamos nosotros ni nuestros padres.
—Ni mi hermana.
—Hostia, ni tu hermana, claro.
—Ni tu hermano.
—Ni mi hermano.
—Que es a quien vi en la zona gay. Era uno de los tres enganchados con alevosía y fervor —dramatizó.
—Joder —dijo el otro sin poder evitar sonreír—. Anda, trae otro bote.
—Marchando —dijo el uno y se levantó hacia la nevera, llegando en un soplo—. El segundo era yo, y el tercero ni puta idea, pero tenía buena pieza. Íbamos alternando los vagones, por si te interesa saberlo.
—Que no ha tenido gracia en ningún momento.
—Si me rio es porque lo respeto. En serio —dijo y abrió la nevera. Rebuscó y sacó dos botes de cerveza—. Merecemos algo más fuerte para brindar que, en estos momentos, hay personas haciéndose felices las unas a las otras gracias al sexo. Eso sí que es real y mágico.
—¿Te vas a callar y acercar de una vez los botes?
—Eh, que es uno para cada uno, avaricioso —Entonces se acercó, sentándose al tiempo que ofrecía el bote.
Emitieron sendos ruidos de abrir la lata. Brindaron y dieron un trago, uno más corto que el otro. Se centraron en mirarse, los móviles a un lado. Quedaron mesmerizados en puntos lejanos, atravesando lo corpóreo, ausentes gracias al poder de la música.
—¿Y este tema de quién es? —preguntó el uno.
—Radiohead. Es de mis favoritos.
—Esa banda sí que está sobrevalorada.

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