"Wait" de M83. Qué irónico como final.
Siempre me he preguntado
sobre la última canción que escucháramos. Ya que una vida se va,
imaginaba que el destino o su prima la ironía tendrían el detalle de
preparar una gran sinfonía de despedida; por los malos ratos, y eso.
Pero no. En su lugar me han dejado ese tema sonando por el fondo de otra
habitación, junto a una luz tenue que no ubico y un goteo ansioso, que
sin prisas cae insistente, en similar a la cadencia de la canción.
Aunque tampoco importa.
¿Verdad, luz de mi vida?
Te
me apareciste bajo una lluvia de hojas a pesar de que quedamos en una
cafetería. Estabas más esplendida en carne que en foto. Si tu retoque de
Photoshop permitió brillos angelicales, ten por seguro que eran míseros
fotones en comparación a la luz que irradias por naturaleza. Evocas un
fuego de verano aun en otoño, de ese que quema las entrañas.
Te me
presentaste con una foto mostrando el sujetador, con una cara entre el
miedo y lo ingenuo. Mis palabras te animaron y me enviaste otra donde te
tapabas los pechos, bellotas tímidas en madurar, valientes en
curiosearme al asomar entre dedos de una siguiente foto. Sin decirlo
accediste a la webcam. El resto fue olvidarnos de ropas. No lo sabes,
pero menudo homenaje me di esa noche.
Te me visualizaste en
sueños. Te imaginé tal cual eres, siempre lo juraré: el mismo pelo y
color de aura. Esos labios que pensé conquistar. Apenas tardé en
comenzar a buscarte. Casi hubo un apenas hasta hallarte.
Tesoros, mi alma. Me habían dicho que se hacen raros de hallar.
En
mi imaginación el suelo de la cafetería se llenó de hojas y promesas.
Pediste un café y yo una tónica. Pareció molestarte, y te pedí en
silencio que no buscaras por diferencias nada más comenzar. Tú me
pediste la cita, y yo te prometí una experiencia única, sin saber que
fue previa trampa de mi médula trazando cada paso hasta convencerte. Mis
entrañas ardieron.
Vi tu reflejo en el suelo de la cafetería, en
las losas blancas y negras de la partida que jugamos. Llegó el café y lo
intuí con un punto de leche: gota ínfima que re-define un mundo. El
líquido estuvo a la par con tus ojos, lo comprobé conforme alzaste la
taza y me miraste. Haces tantas cosas a la vez…
Notarías mis
piernas inquietas, pero no por los presentes. Tú los mirabas, pero te
juro que no les existíamos.
Sin embargo, apartabas la mirada y yo me
centraba en tu cuerpo, tan menudo e inexperto en curvas definidas,
delator de la torpeza que pensaba matar. Tus pechos parecen más grandes
bajo la ropa… me descubriste a la tercera, donde la vencida, y una
sonrisa se contagió en tu cara.
Mi memoria se impregnó de tu rostro, y pronto imaginé tu orgasmo, mi pecado.
No
tardamos en ir a casa. Por lógica tenía que ser la mía, e insistías en
buscar otro lugar. Qué poco sabías en ese momento al cerrar la puerta,
aunque no tanto como yo. Cómo cambian las personas después de amarse la
primera vez, y más si ya son previos confesores. Pero jamás se acaban
los secretos, es imposible.
Recordé tu edad y eso me excitó. Lo
notaste, y quise creer que tus pezones también, esos intentos de fruto
que pensaba desarrollar con partes de mi cuerpo y del tuyo.
Te
ofrecí una copa y no la rechazaste; te ofrecí bailar y no te apartaste.
¿Qué salió mal entonces? Ojalá pudiese culpar a la televisión, pero no
la encendiste. Hubo música, vaya que sí, y después de bailar la segunda
me confesaste que era tu primera copa. Eso ya me advirtió que iba a ser
la noche de las primeras veces. Sonreí y el mal se ahuyentó. Acerqué mi
cabeza a la tuya. Aspiré como si me fuera a morir. Deseé desintegrarte y
esnifarte.
Tu olor. Mi alma. ¿Qué me dices de tu olor, pecado mío?
Desde
que entramos en casa te estuve oliendo, y un castaño floreció en mi
salón. Ahora me percato que en el vaso eché licor de crema, y que por
inercia mi mano buscó por ser insolente con tu pelo de un color acorde
al momento. El olor se intensificó conforme realizaba el gesto de
acercar. Te apartaste: qué ingenua durante dos minutos. Otros tantos y
ya bailábamos, y en otro reflejo de ese tiempo nos tocábamos. Un poco
más y llegaría el fuego de los labios.
Terminaste la segunda y yo
la primera, y mis dedos ya conocían tus mejillas. Me tocaste donde
debías y mis pulgares reaccionaron definiendo tu frente; tus cejas; tus
párpados; tu nariz… te agitaste… tus mejillas; la barbilla; el cuello,
¡oh, el cuello! Sentí un latido enaltecido; la barbilla; los labios… nos
besamos. Una chispa saltó, lo juro, y mi lengua no se lo pensó en
quemarse; siempre me creí ignífugo.
Me supiste a ginebra y cola,
mi lengua sólo necesitó de tres viajes para reconocer tu sabor, tan
subyacente como un alma… pero no lo hice así con tu olor.
¿Cómo he
acabado así si logré encajar mi cuerpo con el tuyo? ¿Cómo? Si bailamos
como poseídos…
Reconozco que me asustaste por el ritmo con el que me
llevaste en un primer momento, agachando y alzando con precisión tus
piernas. Si era el paraíso, ¿qué sería entonces sin la ropa? No hace
falta que te diga la respuesta, mi fuego, entrañas ya deshechas.
Mi boca mordió tu labio inferior y dejé un rastro hasta tu barbilla, que mordí sin pensarlo. Eso te hizo gemir.
Juré que no era mentira.
Y de mientras, tu olor.
Pasaste
la pierna por entre las mías y no contralaste tu fuerza al subir la
rodilla. No me importó, me excitó. Apretaste más y entonces el que gemí
fui yo.
Eso hizo que aspirara más tu olor, ese que creaba el árbol en medio del salón.
Te
agarré los pechos y apreté. No te importó. Te agarré los lados de la
cintura y abriste la boca sin emitir sonido. Me condenó. Te agarré los
lados de la cara y agité mis caderas. Fuimos una obra digna de
preparatoria, un eco proveniente del futuro, donde te esperaba en mi
mente sin nada salvo el alma ardiendo.
Acaricié de nuevo tu cara. Nos
estrellamos contra la pared. Me rodeaste la cintura con las piernas, ¿de
verdad eres inexperta? Mis pulgares te re-descubrieron… mis ojos lo
vieron, mis dedos tocaron lo que taponaba tu nariz…
El olor terminó de noquearme.
Después
del silencio de la luz me veo en esta situación. Mi vida, no me parece
romántico yacer en la bañera con ese sonido de goteo que no calla. Al
menos está aminorando. Intento agitarme, pero ya apenas produzco olas.
Esa es la señal, ¿verdad?
Me
miras desde lo alto. Confieso que eres una diosa, tan absorta por la
escena. Espero que sólo seas así por lo que te estoy ofreciendo. ¿Ves?
Te dije que vivirías una experiencia única. ¿Comprendes?
Espero que sí.
El cuchillo devuelve un brillo. Me parece hermoso, y más si es empuñado por ti…
El goteo aminora. Cada vez siento menos prisa.
Las
olas rojas hace tiempo que se detuvieron. Qué pena, qué maldita deidad
cuando te hipnotizas por las ondas. Aun en la oscuridad de mi baño puedo
imaginar tu rostro, esos reflejos en los ojos.
Qué nueva mirada, qué perfecta, te había imaginado en tres viajes por mi cuerpo. Lo idílico vuelve a morir sin haber nacido.
Dame
un último deseo, te pido sin palabras. Mis ojos suplicantes no te
importan, y eso me hace anhelarte aún más. Intento levantar mi brazo de
venas abiertas pero el movimiento hace tiempo que se adelantó. ¿Hice mal
en gastar mis últimas energías en recordar lo acontecido? No, para
nada, ha resultado tan especial que no me lo hubiese perdonado.
Qué
perfección desde el mismo instante de mirarte a los ojos de la foto; de
escuchar los pasos en el suelo de la cafetería; de tocar tu piel que
algún día dejará de ser suave… me quedan tu sabor y el… el…
Te miro. Es entonces que expreso una duda: ¿Soy el primero al que haces esto?
Reaccionas
forzando una mueca, cada vez más exagerada. Tus dientes apretados
resaltan junto a tu mano lanzándose para atravesar mi cuello con el
cuchillo.
El gesto me llena de vida.
Antes de irme, visualizo en tu mirada una pregunta: ¿He sido la única?
Sonrío.
1 comentarios:
Te lo vuelvo a decir por aquí. Gran texto, sensual y bien narrado. Manejas el ritmo elegantemente y rematas con un final grandioso. Aprecio mucho los finales que no lo basan en la sorpresa, sino en un cierre con fuerza y sentido con el resto del texto. Tú lo haces así, y yo te aplaudo. Grande.
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