jueves, 31 de julio de 2014

Carta Abierta de un Friki



Hace tiempo que no escribo un artículo de crítica, pero me he visto forzado a partir de una conversación de Facebook que leí donde dos personas discutían sobre un videojuego. El debate era tomado muy en serio, de un modo como nadie sería capaz de hacerlo sobre política en la televisión.
No es raro encontrar muros de textos en blogs y foros que defienden una película o los propios gustos como si la vida dependiera de ello, con veces de tal nivel de énfasis que asusta.
Me ha parecido exagerado el asunto porque, al destriparse la naturaleza de la conversación, se comprueba lo banal y estúpido que es gastar tantas energías y tiempo sobre el trasfondo de un producto que está ahí para entretener y/o consumir. Con sinceridad, estas cosas hacen que me canse de ser lo que llaman “friki”, apelativo que nadie escoge pero que en teoría se enarbola con orgullo.
¿De verdad tanto merecen nuestros favoritos? Comprendo la identidad propia y el sentirse orgulloso por lo que se es, pero es que ni en la antigua Grecia con los primeros filósofos había tal cantidad y uso de razonamientos y defensas como tenemos ahora con en la Red. Aunque ellos al menos discutían por asuntos que definieron al mundo occidental, todo lo contrario que creo pueda conseguir Breaking Bad.


El primer encuentro con lo propio del gremio fue en el primer Salón del Manga de Barcelona al que acudí. Se presentaba la película de Card Captor Sakura y había una euforia un poco intensa. La proyección era en la planta de arriba, y a lo lejos se podían ver las escaleras tan abarrotadas que hubo temor que por el peso cedieran y ocurriera una desgracia muy seria de la que nadie parecía ser consciente salvo la organización. La megafonía pidió que por favor se alejaran para crear una cola ordenada, que “la dichosa Sakurita” podía esperar. Ahí es cuando percibes un tono de algo anegado que rodea a la tribu urbana.
En ese mismo Salón habían varios carteles defendiendo “El Manga no es peligroso, la ignorancia sí”, en defensa de las duras críticas que el mercado sufría hasta que pudo hacerse el hueco que tiene hoy día, bastante sobrecargado de productos. No puedo evitar plantearme qué sucedería si se usara esa motivación de defender lo que se gusta en cosas más productivas o necesarias, importantes de verdad más allá de la pronunciación correcta del personaje adorable de turno.

El siguiente punto es la bien conocida pasión de los fans por los autores. La mayoría de creadores se dejan llevar o disimulan mientras puedan conseguir un mínimo que comer, pero otros autores no se callan. George R. Martin es conocido por soltar indirectas a sus propios lectores (quizás más a los espectadores de la serie), alegando que le cansa que le acusen de mata-personajes sin fundamento, como si eso afectara a su vida, cuando él es el autor y hace lo que le viene en gana, que para eso lo que venden son sus ideas, estilo y experiencia.
Me pongo en su lugar y debe de ser muy enervante leer en cada esquina de Internet acusaciones e insultos porque sí, sólo porque el fan medio no está satisfecho con algún aspecto en concreto. Primero que el autor no trabaja al servicio directo con el consumidor de sus historias, y segundo que es un ser humano como todos los que pisan el mundo, y también tiene sus necesidades más allá de estar horas y horas trabajando en algo que, en un principio, ilusiona para que luego te aplasten como si todo esfuerzo y cariño invertido no sirvieran de nada. Las críticas son bienvenidas puesto que ayudan a mejorar, pero la típica conducta negativa del mundillo ante todo lo reseñable es abundante y puede acabar con la paciencia de hasta el mejor autor.
En mi opinión, este comportamiento general hacia un creador es más una conducta tópica, un dejarse llevar más que un sentimiento real y sincero; incluso puede que para llamar la atención y/o sentirse integrado frente a otros críticos de la obra, sin pensar o sentir lo que se está diciendo en verdad. Si aprecias a alguien, se lo dices, le das los motivos y, siempre con educación de ser humano, le dices qué puntos no te han gustado. Como no hay tiempo para que cada uno le diga lo que piensa a un autor en persona (es increíble, pero también tienen tiempo que invertir), se lo dejas en su página web que, se crea o no, también tienen Internet y saben leer. Además, las editoriales y productoras ven el potencial de la red de redes y lo aprovechan. Hay autores que encantados, y otros ya contratan al becario de turno. Pero lo que tiene que quedar claro es que no han nacido para nadie salvo para ellos mismos, y si el gordo quiere matar a Tyrion, bien que hará porque así sentirá que debe de ser.
Por otro lado recuerdo que Matt Groening también soltó su indirecta en un episodio de Los Simpson, donde con un tono de ironía aseguraba que habrían autógrafos para todos, además que quien quisiera podía tocarle la barba, la cual se dice que da suerte.

Otro punto que me hace ver que la invasión friki se desató y ya no tiene retorno es cuando uno va al cine a ver una película de animación. Hoy día en la sala hay más adultos que niños. No sé si me equivocaré, pero siento como si este mundillo no permitiera hacer crecer a la persona. Está bien mantener al niño interior vivo, pero que se involucre con tu vida diaria es el problema, y siento que es así por la conducta que he llegado a ver.
Muchos hacen de su afición su modo de vida hasta el último segundo, imitando comportamientos de dibujo animado japonés o pronunciando expresiones que ni un Treakie hardcore o Sheldon sabrían decirte. En los colegios son los marginados, y ya no sé si es por la ineptitud social que suele suceder al criarse con demasiados cómics o porque en el fondo les da igual al creerse que van a ser como el héroe que al final todo el mundo da la razón. Cuando se tiene quince años no es raro pensar éso, el problema es cuando lo veo en gente que ya roza los treinta.
No exagero si digo que el mayor número de “bichos raros” y anti-sociales los he encontrado en estos lares. Siempre hay uno en la tienda de turno, un grupillo o el típico que se acopla en los eventos y aglomeraciones. Todos conocemos alguno/s. Puedo dar ejemplos rápidos de un tipo haciendo el cuervo más de media hora a pleno sol de una calle o de otro que hablaba solo mientras dibujaba formas en el aire. Pero es mejor que miréis Youtube, que está plagado; empezando por los de Yu-Gi-Oh! hasta terminar en los de My Little Pony.

Por otro lado, a los eventos se va a consumir y decir tonterías de la moda/meme de turno, lugares para promocionar y gastar dinero en más merchandising por acumular en el cuarto sin un objetivo claro, arrepintiéndose una vez se llega a casa cuando la cabeza comienza a entrar en frío.
Reconozco tener vergüenza ajena las veces que vuelvo al evento de turno. No me identifico (ni lo deseo) con la tribu que rinde culto a mundos creativos. Mi forma de rezar se basa en saber ver el esfuerzo y fondo que quiso expresar su creador en la obra por la que me esté dando en ese momento. No hay cosa que llene más a un autor (aparte del aspecto financiero, por supuesto).
¿Qué necesidad de tener todo producto de una obra de ficción? ¿De verdad va a gustarte menos un personaje si no tienes su muñeco? Un problema real puede surgir de la enorme cantidad de dinero invertido a la larga en cosas que poco cultivan, o que sirvan en lo general, a una persona. Los gastos son a veces más exagerados de lo que parecen (que el friki medio haga la prueba y sume el precio de todo lo que posee), y cuesta vivir en una sociedad donde con poco se plantean cualquier rasgo. Uno puede tener la casa llena de libros y discos de música que nadie señalará, sin embargo es tener videojuegos y muñecos que ya serás la comidilla de las conversaciones de cuando llegues tarde. Es injusto, pero uno se cansa y en algunos puntos da la razón al supuesto enemigo (otaku medio, ¿has pensado que las críticas de tus padres en realidad lo que desean es ayudar?).
Surge el tema de la nueva generación friki de padres. Se llevarán la sorpresa cuando su hijo muestre odiar los gustos raros de sus padres, que es lo que suele suceder, puesto que un hijo existe para contradecir a sus creadores, lo lleva en la naturaleza. Si consigue asimilarlo, lo verá como una curiosidad y lo comentará por ahí, pero para nada será el friki de sus sueños, porque encima éste mundo no para de renovarse y sólo las obras más clásicas se mantienen vivas. Es una leyenda urbana lo del chiquillo llamado “Naruto García”, pero de ser verdad pienso que los padres han actuado bastante mal. Creo que ese es uno de los puntos más negativos de ser fan, la insistencia egoísta de convertir el alrededor en lo que nos gusta, imitar una especie de trauma psicológico cuando en realidad no se tiene.

Tampoco penséis que de una cosa se va a otra, a ganar y mejorar como persona porque después de todo esto es cultura. Sí, es cultura y arte, pero la cosa se queda ahí, porque es un ciclo de “Obra, consumir, siguiente. Obra nueva, consumir, siguiente...
Recuerdo en un festival de música el tópico “todos los heavys tienen cultura”. Ahora que soy más adulto puedo asegurar que no es así, que siempre depende de la persona y no a pertenecer a una organización social. Consciente de invertir el dicho, para mí hay mucho borrego disfrazado de un lobo lleno de retales.



En fin, por mi parte seguiré leyendo cómics, perdiendo el tiempo con videojuegos o viendo la serie de moda, ya sea anime o en imagen real. Pero de ningún modo me haré llamar a mí mismo friki mientras siga sintiendo rabia y pena por quienes defienden en serio una conversación donde se discute si es más fuerte Goku o Superman; o el debate del que hablo al principio, formal dentro de su propio género, pero un absurdo desde un punto de vista más sensato.

lunes, 28 de julio de 2014

Imagínate

Imagínate un mundo con miles de fuegos que amparan con luz. Donde hay rocas que flotan al igual que el agua, sin rumbo pero con gracia y sentido.

Imagínate estar rodeado de una nada en constante cambio de forma y color, en unas veces impregnada, otras tantas hueca como a veces sentimos la vida.

Imagínate vida que surge de la nada o formas infinitas que poder analizar cada día. Un camino que de verdad no se acaba y donde se conoce a mentes que nunca pudiste imaginar.

Imagínate poder cambiarte de piel o incluso ser otro. Imagina comprender pensamientos imposibles, aprender con sólo mirarlos o abrirlos en otros.

Imagínate estar volando a toda velocidad, saber dónde estamos a cada momento gracias a una esfera abstracta de dos flechas que apuntan sin sentido, todo lo contrario a una brújula.

Imagínate escuchar ruidos y entender qué dicen, o tropezar con la vista en una deformidad llena de significado. Pintarse el cuerpo sin tocar la piel o moverse de otra forma al avanzar. Coger trozos de realidad y plasmar criaturas e ideas que se hacen reales e inmortales.

Imagínate un mundo donde los deseos se pueden cumplir de verdad. Gracias a su magia se pueden encontrar acumulados por doquier ejemplos y restos de los sueños de otras personas, incluso cogerlos y tocarlos.

Imagínate...

Ahora es cuando yo te digo:


¿Has probado asomar por la ventana?

lunes, 21 de julio de 2014

Todo lo Tenemos




Las personas somos así: todo lo tenemos.

Revolución de las mentes cuando se descubrió que los átomos y las moléculas se comportaban como un virus. El físico Robert Stilindero fue quien descubrió tal ley después de su éxito de demostrar la capacidad de cocinar del acelerador de hadrones. El CERN engordó su capacidad y felicidad y quizá por ello se produjo la cadena en forma de investigación que desencadenó en el descubrimiento que nos atañe.

Robert confesó que no se iba a contentar con un solo premio Nobel, e ignorando las lógicas expresadas de la academia sueca, se aventuró a mirar durante días el comportamiento de un solo átomo ubicado en una cerilla. No consiguió nada salvo un par de semanas en un sanatorio.
Mes más tarde, volvió a intentarlo con el de un líquido como la cerveza, y no pudo evitar la tentación de beberla a pesar del terrible estado inestable de alta temperatura que afecta a tal líquido al ser expuesto en un ambiente que no sea social.
Al final, algo comenzó a vislumbrarse cuando analizó las moléculas de su perra Laika, donde más allá en lo profundo sus átomos querían mostrar una leve diferencia según qué cosas había comido la can. La dieta a base de escarbar en la basura cuando él no estaba en casa le mereció un par de semanas en la perrera. Luego se ganó la comida más sibarita que un perro podría merecer: un hueso de dinosaurio.

La investigación del profesor Robert nos ha llevado a saber que todos estamos infectados por culpa de estar hechos de átomos. Poco a poco fue esclareciéndose que según la edad se suele contagiar el ser humano de unos estados específicos.
Se sabe que de niño uno coge la curiosidad y la testarudez. Suelen curarse las dos, y la persona queda hueca pero a salvo.
Los jóvenes se enferman de ímpetu y necesidad. Como no tienen objetivos más allá de la pantalla, sus nervios deambulan en busca de un objetivo que nunca encuentran.
A partir de la adultez si uno no tiene cuidado puede infectarse de toda clase de enfermedades atómicas. Se conoce de plagas enteras de pereza, casi erradicadas en algunas zonas por el virus de la costumbre, muy similar pero que científicamente hablando no lo es.
De anciano uno ya ni se deja afectar; se deja llevar, y es por ello que regresan las enfermedad de cuando niño, que en realidad siempre están dentro, eclipsadas por sus hermanos mayores, más notables e infecciosos.

Todo el tema puede conllevar a una confusión del cerebro a creerse a menudo enfermo. Es tal la cantidad de enfermedades, que es fácil auto-convencerse de estar infectado. No son raros los casos de personas sanas que atribuyen dolencias psicológicas a cualquiera de la gran gama de afecciones del átomo. Es también tal la psicología humana, que se produce un alto grado de fingimiento que acaba por ser creído hasta por el propio afectado, confundiendo a los investigadores y médicos por la constante del posible síndrome conocido como “la búsqueda de problemas”, enfermedad que da la necesidad de no conformarse si uno no posee el más terrible de los problemas posibles. Después de tantos años de investigación, sigue sin quedar sencilla la localización de dicho mal, errando por la cantidad de pacientes frente a la inversa de la poca cantidad real de infectados.
Los más estudiosos afirman que es un reflejo interior o inverso al malestar de la “Alergia por todo”, de síntomas similares e igual de radicales en algunos casos pero en un ámbito físico y por lo tanto visible.

Todo ser humano tiene que pasar las enfermedades del insomnio, la risa tonta o la neutralidad ante la mayor responsabilidad. Sin embargo existen el miedo, la pena y el hambre, los jinetes del apocalipsis cojos que siempre llegan sin previa señal o síntoma, completándose el cuarteto con el más terrible y solitario de todos: el amor.
De todas las infecciones del átomo, el trastorno del amor es el peor. Primero porque puede infectar a quien sea; segundo porque sus síntomas son difíciles de combatir o siquiera ignorar; y tercero porque no tiene cura.
Casi toda enfermedad de la realidad tiene su cura salvo el amor. Por eso algunos lo llaman “La Verdadera Partícula de Dios”, apodo pretencioso que creó disputas y barricadas entre científicos creyentes contra los que no. Nadie se enteró de aquel incidente de gasto millonario, fue como si a los medios no les pareciera lo suficientemente interesante, quizás infectados por alguna extraña variable que se produjo en una plaga derivaba, o incluso planeada, por el amor, puesto que se dice que éste virus es capaz de pensar hasta el extremo de manipular.

Una vez introducido el amor, ya no hay escapatoria salvo la de saber esperar a que desaparezca. Si uno tiene paciencia sabe que acabará por auto-destruirse, pero por desgracia eso no garantiza que uno no pueda volver a infectarse. El cuerpo no sabe inmunizarse, y a cierta edad parece consciente por lo cambios sutiles que muestra para prepararse.
De curas caseras se conocen la de la decapitación y la del aislamiento social. Cuando se encierra con eficacia a un sujeto, como lo puede ser su propio hogar, nada ni nadie podrá infectarlo de amor. El método es radical porque tal es la enfermedad.
Se conoce un único caso de alguien inmune al amor, y sigue siendo estudiado para ver si puede convertir en real esa pequeña esperanza para la humanidad. Se comporta frío e idiota, dos síntomas de malestar atómico que quizás puedan tener que ver contra la lucha.

A día de hoy, Robert lleva arrastrando cantidad de premios, un hecho que no le conforma a no seguir investigando en el plano de la física que tanto le ha dado de comer y que ligar. Se rumorea que va a encontrar el secreto de la vida con la rama de la estadística y el teorema “100% de existir si uno piensa, come y defeca al mismo tiempo”; o quizás no, he ahí de su investigación sobre una expresión plagada de significados en la que Robert observa un posible sumun de lo sibarita (¿es el lujo en realidad algo tan humano?), además de ser una regla muy delicada que puede desmoronar como a un juguete de piezas a cualquier individuo.

Seguiremos informando.

viernes, 18 de julio de 2014

Cuestión de Honor


Contra el suelo y el vientre atravesado. Ese mafia lo tenía cogido y lo exprimía hasta sacarle el alma. El siguiente pincho le atravesó el trasero, su hermoso culo defecador... ya no supo más cuando la cabeza se le partió en dos.

Dientes seguía haciendo honor a su mote conforme sonreía de forma exagerada. Su tono de piel oscuro hacia destacar siempre su dentadura blanca y pura. Era increíble que siguiera teniendo mal aliento a pesar de lavarse tanto. Debía de ser por el olor de su alma.
En el patio, Pequeño Jimmy, guardaespaldas y portero del local, le llamó la atención para que limpiara esa porquería. Dientes quitó los alfileres de la pequeña cucaracha muerta. ¿No decían que eran difíciles de matar? Dientes debía de tener un don. Volvió a sonreír.
En el salón principal, Rossando miró alrededor a su público y se sintió preparado. Volvió con manía a mecerse el bigote y gritó como inicio al espectáculo. Era la oda al rey; el himno a sí mismo. Rosa, como lo llamaban en todos los círculos posibles de la ciudad, era el jefe a la fuerza, trabajado su carácter, su honra, su carrera y su santa polla. Se lo merecía, y todos le besaban los pies para demostrarlo.
Su vida de criminal era secundaria frente a su verdadera vocación: cantar, y desde que montó aquel local lo hacía todas las noches que podía, sin jamás cansarse, sin morir su voz un ápice en cada interpretación. Lo llevaba en la sangre y desde joven lo demostraba cantando contra las tazas vacías del desayuno o cuando sentía que el baño era su parte favorita del día al comprobar la buena acústica de las paredes. Cantar era tanto que no pensaba de otra forma, hasta que alguien le llamó “maricón” y algo se activó en su cerebro. Un ansia de vengar su orgullo encendió la chispa que hizo explotar el nacimiento de la decena de locales en su posesión, de los ciento un hombres a su servicio, de la esposa con mejor culo, la amante con las mejores tetas y del favor de los únicos indecentes con honor, dueños conjuntos del destino de los ciudadanos y sus bolsillos.
Era el amo con esclavos de todas las razas, y su canto recordaba cada noche quién o a quién se pisaba primero y qué se cortaba para abrir los caminos, ya fueran cintas de inauguración o las mismas tripas de sus enemigos.

“Ya ha comenzado” comentó Jimmy sin entonación. No le disgustaba escuchar a su jefe, pero a la larga hasta la gran María Calas debía de ser un muermo. No, imposible, menuda aberración acababa de pensar.
–Me voy al baño. A mí la música me hace cagar –sentenció Dientes.
Pequeño lo mandó primero al cuerno para que le fuera más fácil y que hiciese lo que le viniera en gana, que no hacía falta que lo compartieran todo. Su compañero aprovechó para remarcar que le venía una cagada de las gordas, saturada de vicios con tropezones, pero lo ignoró a tiempo antes de que fuera más explicito como tanto gustaba.
Solo, Jimmy miró alrededor con puro aburrimiento. Se encendió un cigarro entre medias de la apatía. Desde que Rosa había dejado claro su lugar ya apenas había emoción. Nadie se atrevía a toser a menos de un kilómetro de él, y sabía que poco exageraba. Los buenos tiempos fueron los de conquista, pero ahora era dormir y vigilar por sí acaso; solo por si acaso. Nada más.
Miró la cucaracha muerta en el suelo y maldijo al gilipollas de su amigo por no haber limpiado. Se acercó con calma y analizó al cadáver con mucha atención. “Mira que son feas”, era exagerado comparar a las ex con esos insectos (si es que lo eran con todos esos dones), y sintió un poco de pena por el muerto; tenía que remediarlo cuanto antes y jugó a apagar el cigarro contra el vientre de la cucaracha. Punteaba con ritmo primero, luego haciendo la broma como si matase a un vampiro y por último retorciendo a conciencia. No logró atravesar el torso, lo que indicaba una buena armadura que ya poco servía.
Se adentró y buscó por la escoba y le dio al muerto el entierro más digno que se merecía. La tapa del cubo se cerró al mismo tiempo que el golpe final de una de las canciones del jefe.
Dientes regresó de su liberación. Se le veía como siempre, nadie se explicaba el secreto de su eterna sonrisa. Aunque Pequeño Jimmy bien sabía que muchas veces fingía, y esa era una de las veces:
–¿Qué te pasa, hijo de puta?
–Me duele la barriga –dijo sonriente–. Un whisky sana.
–¿Te duele? ¿No debería ser al revés?
–Es que he cagado a un mierda tan grande como tú.
Comenzó a reír de forma histérica. Mientras, Jimmy suspiraba y se encendía otro cigarro como único remedio.
Pasaron varias canciones y los dos seguían aburridos en la guarda de esa puerta. Era la zona del patio, ¿qué asesino entraría por ahí? El jefe exageraba con la seguridad y aún no percibía que ya nadie quería rozarle ni un pelo. Aunque lo matasen, sus hijos, primos o incluso bisabuela clamarían con éxito la venganza. Si tendría el favor hasta de los boyscouts, ¿de verdad le quedaban enemigos?
Pequeño miró a su compañero. Parecía estar embelesado en un monólogo de sonrisas. Torcía una mueca y parecía hablar solo, pero en realidad eran soplidos y gestos en murmullos de dolor:
–Subnormal, ¿estás bien?
–Yo... estoy.
–¿Te duele aún?
No hubo respuesta. Dientes se limitó a expresarle la única vez en su vida que mostraba una cara de tanto horror. Acto seguido cayó cara contra el suelo.
Jimmy se levantó y corrió a socorrerle. Intentó animarlo, pero no servía. Parecía dormido y no conseguía despertarlo, algo imposible porque Dientes estaba muerto.
Muerto.
Se incorporó sin dejar de mirar a lo que acababa de ser su compañero. No le quedó otra que deducir que lo habían envenenado. Un grito elevándose en su jefe fue la apoteosis de la conclusión.
Corrió a asegurarse que la puerta de salida estaba cerrada para que no fuera entonces de entrada. Se introdujo dentro y llegó a la cocina en busca de alguno de los cuchillos. Llevaba su pistola encima, pero amenazar con un arma blanca (seguía haciéndole gracia el irónico adjetivo) le había funcionado más veces. En el fondo era también un poco tacaño y las balas habían subido de precio.
Sintió hasta la médula el olor. Quedaba lejos, pero era tan penetrante que parecía que lo llevara en uno de sus bolsillos. Miró por alguna comida podrida en la cocina pero estaba tan limpia como siempre. No identificaba la procedencia.
Escuchó entonces el continuo goteo, alternado por chorros estrellados. Si había mal olor y un líquido golpeando, no podía ser si no el baño. Salió de la cocina y fue cruzando el pasillo. El local favorito de Rosa no era otro lugar mas que la casa donde nació. La mitad seguía siendo hogar que ya nadie ocupaba, mientras que la otra era negocio lleno de beneficios y la garganta desbordada de su jefe. Tan desbordada como el váter en ese momento.
El baño tenía el suelo lleno de agua proveniente de la taza abierta. Vio como allí flotaba algo marrón. Apretó del botón de la cisterna con esfuerzo de no mojar mucho sus zapatos pero no logró ninguna de las dos cosas. El váter estaba roto y Rosa se iba a poner furioso... se percató de qué era el marrón cuando apreció que se estaba ahogando de forma literal.
Se alejó con asco y se sumó la angustia al presenciar como el agua se llenaba de puntos marrones de todos los tamaños. Surgían del fondo, disparados y acumulándose como un coral del mal gusto. Cientos de patas nadaban y empujaban hasta el límite. Entonces desbordó algo más que el agua.
Jimmy corrió sin querer mirar atrás. Regresó al patio sin soltar en ningún momento el cuchillo, resbaloso el mango por el sudor. Deseó entonces haberse quedado en el baño.
El cadáver de Dientes seguía boca abajo. Un muerto era inquietante de por sí, pero Pequeño descubrió que quedaba en nada si en la zona de un culo algo abulta y palpita. Dentro del pantalón del muerto se movía un sentido que recorría las piernas. El enorme bulto entre nalgas intentaba liberarse en un símil a lo que sí había logrado el váter, intentando nacer en vano al no saber que se había equivocado de zona e incluso de sexo.
Pequeño quiso vomitar, pero en todos sus años de matón había aprendido a olvidar cómo se hacía, así que siguió corriendo para adentrarse en la parte del local.
Tenía que avisar a todos cuanto antes.

Calamidad y Roberto volvieron a mirarse los relojes al mismo tiempo. No lo tenían planeado, les surgía así de tan buen entrenamiento por el que presumir. Pero no lo hacían. Eran así de eficaces.
Los espectáculos de Rosa se hacían eternos. Podían haberlo matado incluso antes de que entrara al local o en uno de los descansos que realizaba cada tres malditas canciones. Pero no, su jefe bien les había dado las instrucciones exactas de cuándo debía de ser su muerte para que así fuese más poética y llena de justicia; o algo de eso. Esperarían y cumplirían para seguir cobrando lo mismo. Siquiera Rosa era de más valor para su jefe.
Parecía quedar aún la mitad del evento, y en parte fue gracias a eso, y al aburrimiento y la ironía de haberse sentado justo allí, que los dos asesinos se percataron de los ruidos. La puerta que les quedaba a dos metros escasos era golpeada por una impaciencia. Una mala espina se acrecentó cuando a Calamidad le pareció ver surgir un bulto haciendo eses por debajo de la puerta. La oscuridad lo engulló apenas dos segundos después.
Se levantó y Roberto hizo lo propio. Lo miraba con curiosidad, deduciendo enseguida que no había sido el único en oír los golpes. Se enfocaron a la puerta que ya había callado, emanando un sentido sepulcral a pesar del gordo histérico llenando el ambiente.
Observaron la puerta cerrada y supieron que el cierre era de novato para sus navajas y métodos. La abrieron y asomaron por el oscuro pasillo que dejaba todo a la imaginación. Se adentraron como amantes confidentes de aquella oscuridad que les envolvió hasta la mente.
Sintieron más que escuchar los pasos alejándose por una zona contigua del pasillo. La única guía que tenían era la luz de emergencia justo al final, lo más alejada posible, un punto brillante que los guiaba como almas en pena. La voz del gordo sonaba más grave y terrible entre los ecos de aquel pasillo. Era como si la propia oscuridad les revelara el cántico fúnebre que sonaría el día de sus funerales.
Sintieron las caricias en las piernas.
Los dos parecían en verdad programados para reaccionar de igual forma, pues hasta a la vez sintieron las cosquillas recorriendo sus calcetines y luego los pelos de las piernas. El dolor ya si que fue diferente para cada uno.

Pequeño Jimmy escuchó los gritos a su espalda y se giró. Supo que alguien había abierto la puerta que conducía al salón principal, lo que significaba que podía ser tarde. Iba a volver pero dedujo con eficacia que si seguía por donde iba llegaría antes por otra de las entradas y podría socorrer a quien lo necesitase.
Continuó sin pensar y al girar tropezó con algo blando que golpeó con fuerza en su pecho. Eran las tetas de Marina, una de las camareras. Ayudó a levantarse a la morena y se disponía a correr cuando ésta le detuvo con una regañina histérica de la que no podía reprochar nada, acrecentada cuando la asustó sin querer con el cuchillo soldado a su mano.
Necesitaba alejarla cuanto antes, así que se quedó mirando sus enormes pechos con mucho descaro. Lo único que logró fue un tortazo e irradiar más la discusión. Debía pasar a otro plan para que se fuera indignada cuanto antes, y realizó lo que siempre había querido desde el mismo día que la conoció. Elevó la mano libre y apretó uno de los pechos. También le salió mal, puesto que la camarera se fue dejando:
–¡¿Para qué mentir?! ¡Tú también me gustas pequeño Jaimito!
Varios grupos de dos mundos chocaron por doquier. Que si los senos de Marina, los testículos de Jimmy, las dos mentes de quienes discuten por tonterías y la obligación contra la oportunidad definitiva del primer polvo con el amor de su vida. Pequeño fue fuerte y la besó, deteniéndola de continuar al hablarle en un susurro y prometer a la mujer que no debían ir tan rápido, que lo romántico debía de ser lo primordial para que todo marchara como en un sueño. Ella sonrió y se bajó la camisa, dando otro beso que casi le rompió el cuello. Era la primera vez que mentir no le gustó y que dolía tanto.
Siguió corriendo a pesar de la molestia en el pantalón y logró llegar a la puerta: que también descubrió cerrada. Gritó y maldijo tanta seguridad en vano, y se dispuso a dar una patada para tumbarla cuando escuchó gritar a Marina. Acompañó la sorpresa y volvió corriendo por el camino, notando como si su cuerpo pesara más por culpa del sudor acumulado y la fatiga.
Dobló la esquina y vio a Marina espalda contra la pared, horrorizada por el hombre que reconoció como a Calamidad, un sicario de una de las más antiguas bandas rivales de Rosa. Los creían tan perdidos que tenían la condición de olvidados.
Se abalanzó a socorrer a su princesa. La sobrepasó y se encaramó contra el hombre. Fue tarde cuando se percató que era extraño que éste andara como un sonámbulo, además de su lengua que quedaba fuera, negra y abultada. Jimmy sintió el asco y no se lo pensó a la hora de acuchillarlo. No surgió sangre de la herida del costado. Miró el cuchillo limpio y tosió nervioso antes de arremeter de nuevo.
Era como acuchillar a un muñeco de trapo, y Jimmy comenzó a hacer caso al destino hablando en su oído para que lo empujara y corriera junto a Marina hacia el salón.
Por el oscuro pasillo corrieron hasta adelantar a sus propias almas. Aferraba el cuchillo en una mano y a su repentina novia en la otra. En una noche había hecho más cambios en su vida que todo el peso de los años acumulados. Eso le contaba su abuela, que toda una vida se suele definir por un día concreto entre los incontables acumulados como basura.
En el final quedaba la puerta entreabierta de donde surgía el canto del tritón sobrepasado de ego al que llamaba jefe. Ni lo quería ni dejaba de querer, su obligación era salvarlo. Porque...
No se quitaba de la mente que aquello en la boca de Calamidad no era una lengua.
Aceleró el paso si era posible y Marina gritó de nuevo. Ambos notaron lo que rozaba en la oscuridad como hilos de araña. Los tocaba sin daño y por todas partes debido al impulso de la carrera. Rozaban a su piel con fugacidad sin poder ser identificados, rompiendo de paso moldes invisibles con las piernas doloridas.
Salieron al salón justo cuando Rosa emitía una nota muy aguda que marcaba el final de la canción. Algo rozó la oreja de Jimmy. Todo pasó tan rápido, pero tan lento en la mente, que nadie pudo impedir que la línea de rastro negro se incrustara justo en la boca de Rosa.
El jefe cayó desplomado, sonando como el golpe final del timbal.

Las ambulancias se llevaron a los cuatro muertos. Los fumigadores y exterminadores intercambiaron los puestos dentro del local.
Muchos lloraban, pero no se sabía por quién. Pequeño sí que sabía a quién tenía que dedicar sus lágrimas si hubiera aprendido a llorar. Miró al bulto lleno de saliva, pequeño ser pataleante y boca abajo en mitad del escenario.
El foco los iluminaba y destacaba lo invisible de sus miradas. Jimmy soltó el cuchillo y comenzó a sacar la pistola.
Apuntó y disparó.
Aquello quedó desperdigado y amarillento, impregnado con un círculo roto el negro de su alma.
Pequeño Jimmy se bajó del escenario con mucha calma, sin guardar aún la pistola. Avanzó cabizbajo hasta Marina y se pasaron los brazos por los hombros. Se fueron juntos dando la espalda a todo aquel espectáculo que fue cubriéndose por una cortina de gas.

viernes, 4 de julio de 2014

Últimamente la Cama Cruje Mucho



Como cereales pasados, uñas rotas amontonadas o como un montón de ceniza de la que no determinas su procedencia. Vosotros ya me entendéis qué clase de crujido, ese que preocupa más su tacto que su sonido. Cuando me siento en la cama antes de acostarme lo noto, desde hace pocas noches vivo esa forma bajo las caderas, como si fuera una masa que se amolda con extraña educación. Me devuelve las gracias con los crujidos y luego se calla casi toda la noche, salvo en raras ocasiones que me giro. Entonces se vuelve a callar.
Al contrario que el grillo. Llevo dos noches aguantando su cantar en algún lugar de la calle. A nadie le interesa su monotonía, pero es de los músicos que no para ni se da cuenta hasta que es demasiado tarde. Creo que por eso Kurt Cobain se suicidó. Intento ignorarlo con maestría, pero por el otro lado del ring están los ronquidos de mi madre. Ella acusa que no puede dormir muchas noches, así que entiendo que ella debe de meditar o trasnochar roncado. Cada noche. La mujer está mayor; al igual que el colchón. Demasiados problemas económicos como para cambiar a cualquiera de los dos.
Vivo con ella a falta de una vida mejor. Apenas nos hablamos, puesto que aprendí de su individualismo a la perfección. Nos saludamos y ella se va a cuidar ancianas con enfermedades en la piel. Cualquier día me veo a mi madre regresar con lepra. No me sorprendería. Me preocupa más que algún día tenga que cuidar de ella, porque ¿de qué le hablo? Apenas la conozco. Ya digo, demasiado individuales, solitarios y personales.
Me levanté de la cama. Ésta me pidió con disimulo que volviera. Salí del cuarto y me dirigí al aseso atravesando el pasillo hasta el fondo, lejos de cualquier sonido maleducado, de la sinfónica que no conocía los intermedios pero sí los bises de su único éxito mono-tema. Encendí la luz y por un instante creí que algo la tapaba, como si por un momento le costara recordar qué era ser luz. Oriné, escupí flemas de alergia y me dispuse a meter el pie dentro del lavabo. Lo mojé, le eché jabón, frote sin cuidado y volví a mojarlo. Ahí se ubicaba el motivo del porqué no podía dormir de seguido. Bajo el dedo pulgar, y entre el índice y medio (¿en un pie es justo llamarlos? Son todos iguales salvo el hermano gordo) habían pequeños granos blancos. Picaban a rabiar y nada parecía acabar con ello. Había probado el agua, el jabón, dejarlos al aire, agua hirviendo, medicina cutánea... pero nada. Seguían igual de gemelos e imperecederos. Me había acostumbrado a ellos, pero tenían que entender que el médico tarde o temprano encontraría la solución, una cada vez más radical. Por mí como si contrataba un asesino a sueldo para terminar con mi sufrimiento, sólo quería que acabara y ya está.
Conforme volvía al cuarto el eco del grillo aumentaba y mi sueño se trastocaba todavía más. Creo que el puñetero se había acercado más a la casa, porque el eco del pasillo coreaba su peculiar cantar. Todos los admiradores de la mierda son así de extraños. Me metí dentro de la cama, no di las buenas noches al crujido y me dispuse a esquivar los ronquidos y al grillo. Lograron una encerrona y me quedé en medio como estúpida víctima. Encima se usó armas químicas prohibidas conforme noté a mi nariz volver a taponarse por culpa de la alergia. Maldije hasta a mi alma y de repente el ruido se relajó por uno de los lados. El grillo se había callado, y sentía que no de forma normal. Estaba ruidoso y se calló a mitad de la emisión de su naturaleza. Parecía ser que no era el único al que le molestaba.

Aprovechando que ya era de día quedé observando la rotura en la base de una pared del pasillo. Era como si hubiese reventado desde dentro, se podía ver la negrura de agujero que quedaba entre las dos pequeñas partes de la base abierta. Quizás el tabique estaba cediendo por dentro. Los pilares eran viejos, el techo y la paredes tenían la misma edad; e incluso el suelo... todo en mi vida, salvo yo, estaba ruinoso y desgastado por el tiempo. A veces me sentía así.
Fui a la cocina a desayunar y mi madre ya no estaba, se habría marchado ese día al hospital a acompañar a alguna de las dosis gratuitas de dermatitis necrótica. Imaginaba a mi madre, lenta como la agonía, recogiendo como coleccionista restos y escamas para acumularlas en un enorme saco. Por mi parte hacía tiempo que no iba por el hospital, no suelo ponerme enfermo de seriedad o sugestión. Recuerdo la época en que fui por culpa de un familiar enfermo. Aprovechaba esas visitas para inspirarme y fantasear que me tiraba a alguna de las interesantes y dedicadas enfermeras, o incluso a alguna enferma que pedía que le alegrarán el día. El último día. Vi demasiadas camillas recubiertas de sábanas y formas, y ahí es cuando se me quitaba la tontería de la fantasía. Una o dos horas después volvía a comenzar. Se retomó el picor en el pie y contuve la tentación de darle placer rascando. Terminé de desayunar sin notar el sabor, más centrado en el hormigueo en uno de los dedos. Me pregunté si eso se iba a extender a los dos últimos dedos que en apariencia seguían sanos. Miré y quedé analizando. Qué feos son los pies.

El día pasó y la noche llegó. De forma idéntica al día anterior. Qué preciso y profesional, qué maniático el tiempo cuando no se le provoca.

Volví a la cama y recibí con cierto cariño el crujido. Tardé en dormir por culpa de los ronquidos. El grillo ya no se escuchaba, de verdad lo había pisado o comido alguien. Me levanté inquieto y abrí la ventana. Asomé y quedé observando, pero sobretodo escuchando. No parecía haber ni un alma, si la hubo fue el día anterior y, como siempre, llegaba tarde. Me dejé llevar y quedé hipnotizado por el paisaje nocturno. Era una zona de la ciudad olvidada y tranquila, y hasta eso tiene su gracia. Para un corazón solitario era una droga, una constante de pensamientos que sabías que nadie te iba a interrumpir. Me cansé y cerré la persiana. Me volví a tumbar y crujir. No conseguía dormir, el concierto de mi madre estaba en su clímax. Me levanté y encendí el ordenador para navegar un rato por Internet. Hasta la red de redes estaba somnolienta y aburrida, pareciendo más entretenido el ventilador de la torre de ordenador que le había dado por tartamudear; o de sufrir amnesia al no recordar por momentos cuál era su función. Bostecé por enésima vez. Me masturbé, puesto que una vez oí a un médico por la televisión decir que era bueno para irse a dormir. La verdad es que me daba igual si era cierto o no. Volví al crujido.

El día no presentaba novedades. Me propuse hacer todo tipo de acciones nuevas como mirar pasar la escasa cantidad de gente por la calle, intentar meditar en el patio, mezclar una nueva clase de almuerzo o llamar a un amigo con el que hacía tiempo que no compartía palabras. Todo resultó en algo aburrido o poco emocionante, y volví a mis costumbres diarias que al menos no me daban mala impresión.
La noche seguía con sus novedades. Escuchaba pasos cada quince minutos exactos. Con mucho disimulo entreabrí apenas la persiana y quedé mirando por una de las rendijas superiores de la persiana. Era una prostituta. En mi jodido barrio apartado del planeta había un alma ajena, bienvenida por estar manchada de desgracias de la injusta vida. Una puta. Bastante guapa. Al menos por fuera. Empecé a darle vueltas del porqué estaría por la zona si allí no podían haber clientes. Tras una hora observándola (tengo al insomnio mal acostumbrado) un coche vino. Bajó la ventanilla del conductor y habló con la señorita. Parecieron haber quejas y palabras escupidas. El coche se marchó y ella volvió a apoyarse en la esquina, estaba vez con los brazos cruzados de una forma enojada. Seguí observándola y al final sentí como me miraba. Sus ojos estaban fijos en un punto y tenía la sensación de que era hacia mí. Tragué saliva y sin decidir nada de forma consciente volví a la cama. Quedé escuchando espalda contra la ventana sin poder dormir. No escuché más pasos. Cerca del amanecer, si no lo era ya, escuché al coche. No se abrió ninguna puerta para que bajara o subiera alguien. El vehículo se fue como vino. Mi cama crujió.

Monotonía en el día. Tampoco me importaba.

Por la noche volví a asomar en la ventana pero no hubieron señales de vida. De normal el barrio era silencioso, salvo por lo casual, como lo pueden ser un grillo o los tacones de una puta, pero esa noche tenía un silencio especial. Nada, no se escuchaba nada. Era la nada en su verdadero significado que sólo comprendes cuando lo vives. Ni por mucho que lo leas o te lo cuenten sabrás lo que significa hasta que la experiencia no lo mordisquee. Era como flotar en el espacio, aunque incluso eso tiene sonidos de zumbidos de nave, viento sideral de película o música New-Age. Nada. Puñeteramente nada.

El desayuno. La comida. La cena... todo el día solo. Mi madre debía de tener mucho trabajo. Cuando llegaba por las noches a casa yo ya debía de estar durmiendo... salvo que yo estaba despierto estas últimas noches. No la he escuchado roncar. No ha roncado.
Me acerqué a su habitación y descubrí el olor. Su habitación estaba frente a la mía, y no me había percatado del olor. Abrí con lentitud la puerta y después la mente, también con lentitud por la visión a asimilar que yacía en la cama.

Podrido es quedarse corto; ni justicia a los restos de lo que fuera mujer. Estaba consumida, como si no tuviese, por sentido de alguna ironía, piel. Me picaba el pie a horrores, y por mucho que lo lavara con rabia de post-trauma no conseguía aliviar nada, empeoraba. Refugiado en el aseo recordé la mancha en la cama; la cama hecha mancha. Los restos con forma humanoide y la mirada ausente de ojos, culpándome de no haber podido salvarla, de haber tardado tanto en encontrar su cadáver. Mamá, espero que comprendas que no soy experto en descubrir cadáveres, ¡nadie lo es! Seguí frotando el pie hasta que pequeña pus bañó la planta. Vendé el pie y me pregunté casi cien veces qué debía hacer. Podía explicar a la policía que sospechaba de una prostituta y de alguien en un coche. Pero nadie creería ese relato por casual, porque el principal sospechoso bien puede ser el hijo ocioso y distante. De todos modos tampoco me podían culpar, el aspecto del cuerpo no era normal, no la habían matado de la forma convencional de una mente perturbada que se dignara a ser humana. Así que esperaré, miraré por la persiana a la espera de la puta.

No apareció.

Era de día y seguía en la cama. La cama crujía por cada leve movimiento que realizara. El olor había aumentado; tenía que haber cerrado la puerta. No tenía hambre, ni parecía querer surgir. Notaba que la alergia aumentaba y no podía respirar por la nariz, y a este paso tendría que hacerlo por las orejas porque la boca la notaba atragantada y raspada. Me masturbé convencido de que aquel médico también había dicho que era bueno para la alergia. Manché el interior de la cama y el pijama. Pero no me importaba. Noté el nuevo olor, poco agradable, pero al menos sabía su procedencia, era por mi culpa y de nadie más. Decidí levantarme para ir al aseo y descubrí con inquietud que ya era de noche. Allí noté que mi cuerpo olía mucho a líquido masculino, amargo y salado. Provocado por el olor, tuve la tentación de coger el gel de baño y volver a hacerlo... una sombra tapó por un momento la luz del baño. Giré a mirar pero no vi nada. Algo se movió por una esquina del techo. Miré y nada. En la otra punta. Nada. De nuevo algo tapo la luz. No la cubría del todo, y esta vez duró un segundo más. Creí ver lo que era.


Cucarachas, algunos se atreven a decir que son de los seres más perfectos. Que les jodan. Yo incluido. Me encuentro escondido sobre el techo de mi propio hogar, y pronto bajaré a la cama para seguir durmiendo tras una media noche intensa. Estoy tocando el pecho de una prostituta, un hermoso pecho que aún no me atrevo a lamer. Es difícil cuando es lo único cuerdo en forma física que queda de ella. Paso con lanzamiento el pecho a la otra mano. Su tacto es bastante confortable y ayuda a evadir la mente del problema actual. Me parece ver algo salir de la base de la teta. No me importa. A estas alturas de la noche que hagan lo que quieran.
Miro alrededor de lo que supone ser un desván olvidado. Nadie sabía que esa zona estaba allí, siquiera el anterior dueño. La casa es vieja, es lo único que todos sabíamos; o a esas alturas, es lo único que sé. En mitad del desván, con pocos objetos cubiertos de polvo, diario del tiempo, el cadáver irreconocible de la bella mujer yace posando para nadie, salvo para mí. No sé que hubiera dicho mi madre de haber llevado al fin una mujer a casa. Al menos no hubiera estado obligado a acostarme con ella.
Mil imágenes sobrevinieron.
¿Por dónde iba? Ah, sí, cucarachas. Una vez escuché sobre alguien que murió por culpa de una cuando ésta se le lanzó volando contra el pecho y lo hizo resbalarse y caer escaleras abajo. Por otro lado sí conocía un caso real de un amigo llamado Gregorio. No sé cómo, una acabó dentro de su cabeza, quizá metida por la nariz, y durante un instante creyó ver y sentir como una, comprendiendo un secreto del Universo bastante importante que define el resto de una vida. Claro está, Gregorio no vivió muchos días más, pero le fue suficiente para llevarse el secreto de la perfección a la tumba.
Son perfectas porque trepan, vuelan, lo comen todo, pueden vivir sin cabeza, se congelan y se ríen del señor Disney, tienen exoesqueleto, son pequeñas y tienen el don de la mayoría de insectos de ser muchas. Demasiadas. Viven en cualquier clima y situación, lugar o condición. Viven. Las desgraciadas viven mejor que nosotros. Siempre me pareció exagerado que de haber una guerra nuclear sólo vivirían ellas y las ratas. No me lo termino de creer porque las ratas son mamíferos y, a menos que se alimentasen de sus propios tumores y cáncer, no sé qué podrían hacer por mucha inmunidad al sida que tengan. Sin embargo de las cucas me lo podría creer. De esas soberanas hijas de la gran puta me lo creo...
A estas alturas me lo creo todo.
Estornudé y noté líquido en mis oídos. Estaba tan tapado por la alergia que respiraba por un hilillo milagroso. Me armé de valor y comencé a salir de allí. Bajé la pared exterior de la casa que había subido para acceder a la zona secreta y tuve el deseo de salir corriendo por mitad del vecindario. Como si estuviese loco, pero vestido, como si buscara por ayuda pero me alejara de toda forma viva. Sólo quería escupir al mundo, aunque a estas alturas sigo sin tener el valor. ¿Dos muertos iban a marcar la diferencia? Por supuesto que no.

Volví a la cama y el crujido se descubrió delicioso, lleno de líquido y tripas. Antes de quedar mi pie abierto para comenzar a ser devorado, antes de que el colchón lo imitara, hice deducciones de qué abría allí dentro, sobre qué había dormido cada noche. Un cadáver era la respuesta más vulgar. Muchos de ellos sería redundante. ¿Qué tal tripas que no se descomponen? Tripas de animal que al escarbarlas descubres un corazón humano. Sí. Eso molaría mucho. De ahí mis pensamientos se desviaron a una especie de Mister Potato hecho con un corazón de verdad y al que se le tiene que añadir ojos, dientes y deditos también de verdad. Después recordé la última comida familiar, donde lo más emocionante fue que la abuela casi se atraganta. Qué alivio dan las risas frente a lo extremo que podía haber sucedido. De ahí al velatorio de una amigo. Por increíble que me pareciera, hizo menos que yo en la vida. Pensé en mi par de novias y cómo jamás conseguí convencerlas de hacer un anal. En mi colección de porno de la que me arrepentía no haber visto desde hacía tiempo. Pensé también en mi tío, que me enseñó el arte de amar a una mujer y tocarse en su honor. En mis primos y las borracheras con el pelo lleno de vómito... era la pierna la que dolía ahora. Seguí pensando, inspirado por el sonido de la tela del colchón rompiéndose con paciencia. Quise seguir inspirado y quise tocarme una última vez, ésta vez en mi honor. En mitad del proceso noté algo dentro de mi glande, y eso no me hizo parar; todo lo contrario. Terminé en todo sentido posible. En todo.

jueves, 3 de julio de 2014

Violencia y Sexo: Un Relato de Medianoche



*Advertencia: El siguiente texto es un experimento del señor autor. Después de leer “La Chica de al Lado” de Jack Ketchum, se animó a escribir sobre un relato que se dejara llevar sin pudor. Cuanta más edad tengas, mejor para leerlo.
El autor no cree volver a escribir sobre estos temas. Pero nunca se sabe; nada se sabe, y menos los pensamientos en los ojos de un asesino*




Violencia y Sexo: Un Relato de Medianoche


Alguien pasea por un vecindario y escucha un piano. Se a escuchar.

Dos amigas íntimas. Ella, la pelirroja, enseña a su amiga morena a tocar el piano. Es delicada conforme posa sus manos sobre las de su amiga novata. Era una noche para las dos, para olvidar los problemas. Han cenado y ayudan al estómago con un copa. Aprovecha para rozarla, mirarle el pecho y posar con poco disimulo su mano sobre el vientre. A su amiga no parece importarle hasta que dice de ir a ver la tele, donde seguro echan alguna de terror.

En el sofá se tumban y la pelirroja no disimula su excitación. Poco a poco la acaricia. Miran la película donde se abre una puerta con lentitud, sin emitir sonido. Se cuenta la leyenda de quien entra, una chica que murió ahogada en el lago por una imprudencia propia de jóvenes en busca de diversión. Se dice que el alma volvió y mató a cada uno de una forma relacionada con ahogamiento. La leyenda urbana concluye que donde haya un incidente de asfixia, ella volverá para vengar de igual forma el nombre de la víctima.
Aburridas en un punto, hablan de cómo fue su primera vez. Fue con hombres, una de ellas siendo muy joven y de forma desagradable, medio violada en clase por el chico que le gustaba. Queda un ambiente. Ella la besa, con suavidad hasta la lengua. Con rudeza dulce. Se oyen gritos de mujer en la tele, pronto se sumarán más dentro y fuera. Se quita los pantalones.
Se pone encima y los pechos se aplastan, las bragas se rozan bajo falda y en el contorno de las nalgas. Cierran los ojos y se dejan llevar por los deseos. Vuelve a besar con pasión y nota algo extraño en la carne de la cara de su amiga. Lame y siente como si fuera... abre los ojos y descubre el pene, un miembro viril entre las dos caras. Alza la vista y mira con horror al hombre que se agarra lo erecto con fuerza. Acto seguido vienen los golpes.
La fuerzan a una felación hasta ahogar. El intruso sigue dándole bofetadas, disfruta notando la carne apresada en la mejilla, estimulada por la violencia exterior y los dientes aflojando por cada apretón en el cuello. Su amiga está apresada por su cuerpo y no puede hacer nada, ni puños ni gritos sirven; nada. El hombre cansado y dolorido aparta y golpea la nariz de ella con la palma. Del impulso ella acaba con su zona baja de la espalda contra el respaldo al otro lado, muy dolorida, retorciéndose.
El repentino agarra y arrastra a la morena del pelo hasta las cortinas al otro extremo del comedor. Descuelga las cortinas sin cuidado y ata los brazos de su víctima con la fina cuerda. Comienza a abusar mientras la fuerza del cuello para que sea una estatua húmeda. Se ha descuidado y la pelirroja contraataca, pero con dos empujones la lleva de nuevo hacia el sofá. A su merced aparta la tela de sus bragas y comienza a penetrarla como justa venganza. Le da un puñetazo en la zona del riñón. Parece calmarla. Eleva y chupa su pie. Muerde a doler el pulgar. Es lo que hace con sus víctimas, arrancarle los pulgares para que no puedan huir. Se cansa enseguida de mordisquear por el dolor de oídos producido por los gritos y opta por una vía más rápida de propinar dos puñetazos seguidos al otro riñón. Eso la deja K.O. Se cansa de follarla.
Siguiente paso.
Vuelve con la morena y la coge del ano y vagina con el pulgar y el medio. La arrastra y comienzan a subir las escaleras. La cabeza de la chica golpea en cada escalón para provocar un ritmo profundo. Escucha lamento y vomitar por la zona del sofá.
La pelirroja se recupera. Ignora el mal olor y se arma de valor. La puerta de la casa está cerrada, el teléfono cortado. Está viviendo el tópico de la tele, donde una chica armada con un cuchillo busca al asesino. Inspirada, ella busca por la cocina.
Conforme sube escucha el agua del baño, se está llenando la bañera. Escucha por otro lado gritos de la habitación, desgarradores y dolorosos. Corre mientra le martillea cada grito y emborrona al mundo ahogándolo en lágrimas. Abre y horrorizada observa la escena de su amiga empalada por el coño por uno de los salientes tallados del pie de cama. El hombre de pie sobre la cama la intenta obligar a una felación para que se calle.
El intruso ve a la homónima armada y salta en su dirección para enfrentarla. Todo sucede demasiado rápido. El hombre le propina un patada en la cadera y un puño en el lado del cuello que la derrumba. Aleja el cuchillo de un puntapié donde acaba bajo la cama. La coge y la obliga entonces a ella a la felación. Le llega a la campanilla, pre-eyaculación la ahoga, tiene los ojos abiertos al extremo y su visión no se puede apartar de su amiga profanada que intenta escapar en vano, gritando a cada intento de sus piernas resbalando. Aparta la mirada al notar su boca llenándose, su nuca apretada con más fuerza por culpa de un instante preciso, por el aire olvidado... Todo se nubla. Todo es negro.

Despierta y está en el aseo. Su amiga está en el lavabo de mano, metida en imposible, seguramente dolorida por el grifo clavándose en su espalda. El desgraciado se está bañando y juega con su propio cuerpo y el gel. Parece muy feliz. Ella está al lado sentada en el váter. Puede ver la espalda del hombre. Piensa una forma de atacar, pero le duele mucho la garganta y los pulmones; hasta pensar le duele. Se intenta levantar pero no tiene fuerzas en las piernas. Se comunica con breves miradas con su amiga consciente. Ésta deja caer el brazo para mostrar con disimulo una cuchilla de afeitar en la mano. Alarga su brazo y ella consigue cogerla mientras el hombre ignorante no deja de tararear una canción conocida de Beyoncé. Ella tiene sólo un intento estúpido, pero con un mínimo de funcionar. Morir o todo. No tiene otra. Se convence. Se convence...
Se lanza al cuello y logra clavar la cuchilla. Sale sangre pero el corte no llega a producirse del todo. El hombre la agarra del pelo y con una voltereta la mete dentro de la bañera. Él fuerza; él domina, hace levantar olas con su poder. El agua vive, transformada en vano la energía de la sometida. Entonces juega con el gel sobre ella. Los muslos, hombros, espalda, cadera, pies, manos, cuello, pelo, ojos, pechos... cada zona es venerada y analizada en toda su forma como al mejor mármol. Sus pechos son perfectos para él, sobretodo al volverlos rojos por pellizcos precisos muy practicados.
Seguro que a ella en el fondo le gusta.
Sin avisar la voltea con fuerza para penetrar a cuatro patas, obligando con su mano a meterle la cabeza bajo el agua. El perturbado disfruta el sexo que aprieta por el esfuerzo y agonía. Se aparta y deduce que por el culo será mejor. La penetra analmente con ayuda del gel. No se equivoca.
Su amiga en el lavabo intenta moverse pero sólo consigue caer con fuerza al suelo y producir mucho dolor en los codos y rodillas. Poco a poco el chapoteo se va calmando. El hombre termina dentro cuando nota la presión final. Saca a la chica fuera y comienza a hacerle el boca a boca para reanimarla. Parece incluso preocupado. Se suceden los empujones al pecho, más aire en la boca, pero no logra nada. Se lleva con complicidad conocida a la morena, arrastrada del pelo por el suelo. Ya ni se queja, observando entre lágrimas silenciosas el cuerpo de su amiga.

Vuelve la conciencia y ella, guerrera roja, se nota diferente, más preparada. Ve el mundo de otra forma. Busca por la casa por algo específico, mientras los gritos sordos de su amiga que se escuchan desde la habitación le terminan de dar las fuerzas. Son intermitentes, a la espera de que la salven del dragón.
Se abre la puerta con lentitud, sin emitir sonido. Dentro del cuarto el asesino está encima de la chica violándola. No escucha lo que viene detrás. Es sorprendido por algo alrededor de su cuello, muy fino. La chica pelirroja tiene las manos cubiertas de varios trapos. Buscó por un recambio de cuerda de piano y ha enrollado el cuello del agresor. Aprieta a matar, coloca su cabeza contra la espalda de él como forma de apoyo. El hombre retuerce su espalda hacia atrás por el peso que se deja caer; por el peso muerto que no lo terminó de estar. La morena forzada de piernas se aparta y observa. Se nota excitada, le gusta ver al hombre ahogarse y con la espalda torcida, con los brazos intentando agarrarse al aire y la mueca de auxilio y pánico hacia sus ojos. Se acerca al pene erecto y realiza una felación con furor, como nunca hubiera o sería capaz de realizar. Justo cuando el tipo se debilita, eyacula y ella traga un poco, deja que el resto salpique su cara y sus pechos.
El muerto cae de lado fuera de la cama con un golpe seco y descubre a su amiga, su salvadora y amor. Se acerca y la ayuda a restregar el semen por el resto del cuerpo. Se acarician mucho más. Poco a poco se abrazan y comienzan a hacerlo. Se frotan en el eterno de la noche por haber ahogado al tiempo. Se frotan y dejan que todo sea húmedo y caliente, un paréntesis en la memoria que no se olvidará. Se frotan... al terminar con la pasión en un grito de placer, se vuelve al sofá donde las dos se hallan como al principio. Han terminado de tener sexo.
La pelirroja se hace a un lado y abraza a su amiga. Parece que le ha gustado. Las letras en la televisión están surgiendo como una cascada inversa. No se dicen nada, pero se besan y acarician con cariño. Empieza otra película y se quedan mirándola. Ella no lo puede evitar y comienza a meterse el dedo. Su amiga la mira de reojo y se ríe por lo bajo. El dedo acelera, cada vez con más fuerza alcanzando nuevos límites. Desde la oscuridad de atrás surge una sombra que porta una soga. Mira la cara del hombre de enorme nariz al que no reconoce. Ella no le esconde su mueca de pronto orgasmo mientras la soga le rodea el cuello.

Su vagina apretó.


Su cuello encogió.

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